Frecuentaba las reuniones y tertulias de los escritores que después serían conocidos como la Generación del 18. Este destacado valenciano dejó un legado de obras que describen, mediante un diestro manejo de la palabra, la historia de diferentes espacios de Venezuela e incluso más allá. Su prolífica producción abarca ensayos como «Bajo el samán», novelas como “Cubagua”, biografías como la de Cipriano Castro «El hombre de la levita gris», hasta las crónicas de la cambiante Caracas en “La ciudad de los techos rojos”.
Para honrar su natalicio y en reconocimiento a sus aportes a la crónica nacionalista, cada 20 de mayo se celebra el Día Nacional del Cronista. Enrique Bernardo Núñez plasmó, a partir de elementos de nuestra literatura, distintos tiempos de lo afirmativo venezolano.
Como muchos escritores venezolanos de su generación, combinó su vocación con el ejercicio de la diplomacia. Desde 1928 hasta 1938, se dedicó a varias actividades diplomáticas, sin dejar de escribir. Se inició con el cargo de primer secretario de la delegación de Venezuela en Colombia (1928), a pedido del canciller Pedro Itriago Chacín, quien lo convenció de aceptar esta responsabilidad.
Como cronista se dedicó por completo a Caracas en sus últimos años, pues amaba a la ciudad de los techos rojos que sirvió de inspiración a Juan Antonio Pérez Bonalde. Formó parte de un grupo de escritores que se dedicó a narrar a la ciudad que se extraviaba ante el irreductible avance del progreso. Este sentimiento de pérdida encontró en la crónica el medio ideal para expresar la palabra como vocación, entre el recuerdo personal y el testimonio.
En sus relatos, el cronista percibe y transmite la transformación de la ciudad, registrando las pérdidas de una plaza, una calle, una fachada o hasta un café. Con ello conjura el olvido de un pasado urbano precedente, que ha determinado su identidad, cultura, usos y costumbres.
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