El cine norteamericano ha sido un arma eficiente para instalar en el imaginario colectivo una imagen heroica de los EEUU como defensor de la libertad. Para construir ese relato, es obvio que todo héroe requiere de un villano a quién vencer. Este villano ha de ser lo suficientemente malévolo para causar una sensación de peligro inminente e indefensión en el subconsciente de los ciudadanos norteamericanos que los haga clamar por el héroe
Y es que en el cine gringo nunca el pueblo salva al pueblo. La solución nunca es colectiva. Incluso en el cine bélico el papel del ejército queda relegado a un segundo plano, el héroe es un individuo gallardo, líder de un pequeño grupo de aventureros cuyas acciones serán determinantes para derrotar a las tropas enemigas. Porque, además de sembrar el temor, el cine debe exaltar al individualismo como un valor del capitalismo para el cual trabaja.
La historia de los Estados Unidos y su crecimiento hasta convertirse en un poderoso imperio se ha sustentado en el enfrentamiento contra terribles enemigos. Desde los pueblos originarios convertidos en asesinos y borrachos, pasando por la amenaza roja del comunismo soviético y el terrorismo islámico hasta llegar a los malvados carteles del narcotráfico. Lo curioso es que todas las aberraciones que el cine gringo le atribuye a estos enemigos son, justamente, las que practica el Departamento de Estado para preservar su dominio.
No me extraña que empiecen a salir películas de Rambo enfrentando el “Cartel de los Soles” y que en los programas nocturnos se empiecen a hacer chistes sobre Nicolás Maduro, tal como lo hicieron en su momento contra Sadam Hussein, hasta lograr posicionarlo como el enemigo de turno cuyo derrocamiento producirá el alivio de los espectadores alienados. Se quedarán con las ganas.
Ignacio Barreto
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24/08/2025
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